jueves, 23 de abril de 2015

La culpa no es de los videojuegos

Noticia publicada originariamente en http://www.elconfidencial.com

Cada vez que se produce un suceso trágico, analizamos con lupa la personalidad del asesino. Pero sólo en el caso de los jóvenes criticamos su modo de vida, que tachamos de violento y pernicioso

El instituto en el que el menor asesinó a un profesor. Efe/ Toni Garriga
AUTOR LUIS MUIÑO FECHA 22.04.2015 

Un individuo al que incluimos en un determinado colectivo comete un crimen brutal. En poco tiempo, los medios de comunicación se hacen eco y tratan de explicar lo ocurrido: ¿la sangrienta acción es un síntoma de la degradación moral que está viviendo el colectivo al que pertenece esa persona? Depende…

Si el individuo en cuestión es una madre que ha tirado a sus hijos por la ventana, un piloto que ha asesinado a ciento cincuenta personas o una médico que ha acabado con la vida de tres inocentes en el hospital en que trabaja, nadie cuestiona los usos y costumbres de sus grupos de referencia. Ningún analista argumentará hoy que el exceso de dibujos animados que se ven obligados a devorar los progenitores influya en el brutal acto que una madre cometió ayer en Toledo. Tampoco hubo polémica acerca de la pérdida de valores morales en el ambiente de la aviación cuando sucedió la tragedia del vuelo 9525 de Germanwings. Ni se cuestionaron las aficiones de los médicos ni el realismo de las ilustraciones de sus manuales el nefasto día en que Noelia de Mingo mató a todo aquel que se puso en su camino.

La forma de vida de los jóvenes


Sin embargo, cuando un menor comete un crimen, empezamos a cuestionar a toda su generación. Miles de personas intentan establecer una relación entre lo que hizo el chico y la forma de vida de “los jóvenes de hoy en día” (Les Luthiers ironizaron ya sobre las connotaciones de esa frase) Se analizan las series que ven los chavales, los videojuegos a los que juegan, sus aficiones, el tipo de ilustraciones que cuelgan en redes sociales, su escala de valores… Da igual que parezca, cada vez más claro, que lo sucedido el lunes sea consecuencia de un trastorno psicótico.

Dan igual los videojuegos: el germen de su violencia puede estar en un dibujo del libro de ciencias sociales que el niño interpretó de forma paranoide

Ese diagnóstico sirve para etiquetar a las personas que pierden, puntualmente, el contacto con el mundo real. Cuando alguien sufre ese problema de salud mental, experimenta ideas irracionales que no tienen nada que ver con la lógica que usamos el resto de personas. En ocasiones (parece ser el caso de este niño) llegan a escuchar voces en su cabeza que les “obligan” a realizar ciertos actos. Durante el brote, su pensamiento resulta, para cualquier observador externo, fragmentado, extraño y obsesivo. Son habituales las ideas delirantes, como por ejemplo el paranoico delirio de persecución.

Una poderosa distorsión de la realidad


El ambiente que rodea a esa persona es poco importante porque al final queda distorsionado por la forma en que el pensamiento transforma lo que le llega. Es un fenómeno que ocurre con todos los seres humanos –procesamos los acontecimientos según nuestro estado de ánimo o nuestras ideas–. Pero durante un brote psicótico se lleva al extremo: la subjetividad se hace tan potente que convierte en casi intrascendentes los hechos de los que parte. Una conversación trivial escuchada en un programa de televisión puede transformarse, en la mente de una persona que está padeciendo este problema, en un ataque furibundo contra ese individuo.

Leer más:  No, la culpa no es de los videojuegos.

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